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La historia de Luis Suárez Miramontes, el Balón de Oro español

Luis Suárez Miramontes, el Balón de Oro español

En Instituto Fútbol hemos querido hacerle un homenaje a un futbolista que no ha sido valorado en España como se merece. Ese futbolista, por supuesto, es Luis Suárez Miramontes, el Balón de Oro español.

Monte Alto, el origen de todo

Si hay un barrio popular en La Coruña, este es Monte Alto. Situado en una zona privilegiada de la ciudad, con el mar circundando el promontorio en el que se instala, Monte Alto fue y es zona de pescadores, de obreros, de personas humildes, pero sobre todo es un lugar que define a sus gentes por su particular carácter. Si uno va a La Coruña inmediatamente se identifica a la gente de Monte Alto por su peculiar forma de ser. Gente directa y clara, sin floreo en la comunicación, abierta y llana, con un empaque particular que los hace temidos y a la vez queridos. La gente del barrio, ruda en las formas pero tierna en el fondo, con corazón para entender los avatares de la vida sin necesidad de explicarlos con palabras barrocas.

Ese carácter no se intuye, se deja ver inmediatamente en el trato personal y marca la interacción directa, enriqueciendo las distancias cortas y matizando con retranca los vericuetos de la conversación.

Un lugar que te define y si te has criado allí, te marca y te identifica.

En la Avenida Hércules del barrio de Monte Alto nació Luis Suárez Miramontes. En plena primavera coruñesa, un dos de mayo de 1935, en una familia humilde dedicada al negocio familiar, una carnicería y con una querencia habitual por aquellos pagos en esas épocas, la vista puesta en América, concretamente en Argentina. Allí creció el pequeño Luisito en un entorno característico, con las carencias propias de un barrio obrero pero gozando del privilegio de disfrutar de un entorno único. Sus tíos definieron su destino hacia el cono sur, sus padres decidieron aguantar y sacar adelante una carnicería que a Luisito no atraía en absoluto.

Luis, como todos los niños del lugar, tenía en la calle y los amigos su hábitat natural y como no podía ser de otra manera, el fútbol ocupaba un lugar privilegiado en su tiempo de ocio.

El Perseverancia, un equipo premonitorio

Allí, en una época de escasez, con las consecuencias propias de una autarquía impuesta, los descampados característicos de un período de postguerra y las cartillas de racionamiento como algo natural en la vida cotidiana de la gente, Luis pasaba mucho tiempo rodeado de niños con un balón de por medio. Y como entre niños con balón siempre anda la iglesia, un párroco del lugar decidió organizar los rebumbios particulares de cada grupo en un equipo de fútbol. Nacía así el primer equipo en el que militaría Luis Suárez, El Perseverancia. Su nombre indica su origen, de la mentalidad abierta de un cura de barrio que busca una salida a la miseria popular a través de un juego que requiere astucia y constancia. Para llegar era necesario, ante todo, perseverar. Si el nombre lo llevabas impreso en el escudo, la memoria nunca te haría pasar por los malos momentos de no acordarte del objetivo principal de todo niño que quiere ser futbolista, hacer uso cotidiano de la perseverancia.

La Torre de Hércules y Monte Alto
La Torre de Hércules y Monte Alto

En ese contexto Luis Suárez encontró con su camino. En su mente fantaseaba con ser cirujano, la realidad le marcaba la dirección hacia una carnicería de barrio, honorable pero sacrificada y poco atractiva para la visión romántica de un chico de la época. El fútbol era divertimento y autoestima. Ambos se encontraron de golpe para unirse a algo que el joven Luis llevaba escondido y dejaba salir solo cuando la pelota terciaba entre dos contendientes, el talento.

Pero el talento, además de regarlo con la práctica y la constancia, debe ser catado delicadamente por alguien experto. No todos están llamados a ver y percibir las virtudes ajenas y más en un entorno de falta de medios y rutina, enmarcado en la doctrina y la fe. Se necesita un ojo limpio y sin prejuicios, sin dobleces ni intereses insanos. Y Luis tuvo la enorme suerte, casi el privilegio de ser observado por alguien que respondía a tal cúmulo de particularidades.

Scopelli, el hombre que descubrió a Luis Suárez Miramontes

A los catorce años, Luis Suárez era invitado a formar parte de las fuerzas vivas del más importante equipo de la ciudad, el Real Club Deportivo La Coruña y el ojo adiestrado de un argentino avezado en el fútbol, llamado Alejandro Scopelli, lo incitó a tomarse este deporte como algo más que un simple pasatiempo.

Así Luis cumplía el gran sueño de todo niño de barrio, jugar en el equipo de su ciudad. Y a poco que iba creciendo y dotándose de argumentos futbolísticos, la oportunidad de acercarse a sus ídolos se incrementaba. Al punto que llegó el momento de interactuar con los grandes, a pesar de ser parte y arte de un filial, el Fabril, el paso previo al salto definitivo.

Y ahí Luis empieza a disfrutar de la costumbre de verse y convivir con las estrellas del momento, gente elevada como Pahíño, futbolista de enorme calidad, con experiencia en grandes clubes y sobre todo con inquietud por la cultura. Jugador con facilidad para la comunicación y gusto por la lectura, transmitía en todo momento esa sensación de estar al lado de alguien diferente. Dostoievski, Tolstoi y Chejov eran compañeros habituales de este genial delantero.

A su lado, Luis recibiría sabios consejos y tiempo de calidad que le servirían para ahondar en la naturaleza humana de quienes se aventuran al fútbol y perciben la existencia desde la satisfacción y el gusto de regalarse el disfrute por el arte y el buen vivir.

Convivirá con mitos como Juan Acuña, el mejor portero que Galicia ha traído al mundo y un ídolo local, o con Zubieta, quien vivía sus últimos años futbolísticos. Tendría Suárez la oportunidad de compartir fútbol y risas con grandes futbolistas que generacionalmente no estaban demasiado alejados de él, como Arsenio Iglesias, un joven zorro de Arteixo que el tiempo lo convertiría en referencia obligada del deportivismo, Dagoberto Moll, un uruguayo llamado a abrir muchas puertas o los inolvidables Lechuga, Mangriñán, Tito Blanco, Collado o Irusqueta, quienes bajo la batuta de Iturraspe en el banquillo, trataban de llevar al Deportivo a cotas más elevadas que la simple permanencia en la categoría.

En la temporada 1953-1954, da el salto definitivo al fútbol profesional y en ese ejercicio, Luisito Suárez muestra al fútbol español sus cualidades definitorias. El fútbol se dibujaba con claridad en el lienzo verde en el que Luis sacaba a pasear su enorme facilidad para entender el juego.

El pase, la virtud de ver el momento oportuno de lanzar el esférico para garantizar su llegada en la mejor condición para que su compañero optimice el esfuerzo; el regate sencillo, el recorte de exterior que tras la carrera obligaba al rival a quebrar la cintura para frenar la inercia de su cuerpo ante el eventual cambio de ritmo y de dirección de un Luis que buscaba la ventaja en el momento oportuno.

Ambas particularidades hacían de Luis Suárez un jugador interesante, le faltaba el atrevimiento del osado y la guinda del gol. A lo largo de ese año fue rompiendo la timidez propia del recién llegado y a cada oportunidad fue tratando de mostrar sus virtudes e incrementar su esfuerzo para romper con los obstáculos que uno mismo se va creando. El atrevimiento fue llegando con la confianza y el gol con el atrevimiento. De tal forma que al final de la temporada, Luis Suárez había dejado de ser una joven promesa para convertirse en toda una realidad futbolística. Un año en la élite que le serviría para convencerse de que era capaz de competir en lo más alto y de mostrarse tal cual él era y entendía el fútbol, con clase y esfuerzo, haciendo gala del nombre de su primer equipo, Perseverancia, en cada ocasión que se le presentaba.

Al Barça para aprender

Su estancia en La Coruña estaba llamada a ser corta y en el traspaso de su compañero Dagoberto Moll al F.C. Barcelona, se incluyó al joven Luis Suárez, quien en principio estaba destinado a formar parte del España Industrial, equipo filial por aquellos años del gigante culé. Luis había llamado la atención de los entendidos del club catalán, a pesar de que su única visita al vetusto campo de Les Corts se había saldado con una goleada por seis goles a cero.

En su primera temporada, 1954-1955, el entrenador italiano Sandro Puppo lo coloca en la posición de centrocampista defensivo, de mediocentro organizador, en la que tendrá que aprender a defender, a responder a las complejidades del juego desde una perspectiva diferente a la que había aprendido en La Coruña, en donde jugaba con una tendencia más ofensiva y despreocupada.

Con el técnico italiano, promotor de la defensa en zona y de las ayudas defensivas inherentes a esta, Luis Suárez entendería la labor del centrocampista integral, comprometido con las dos tendencias a las que obliga el juego: defender, con las connotaciones solidarias propias de una posición de vital importancia estratégica, y atacar, siendo referente del proceso creativo que garantiza la evolución de la jugada hasta sus estadios finales.

Ahí, en dicho contexto, Luis Suárez empieza a definir su personalidad futbolística hacia una dinámica abierta y diversa, en la que no solo manifiesta el talento natural que lleva implícito en su persona, sino que descubre su tremenda capacidad para entregarse desinteresadamente a los compromisos colectivos. Ahí aprende a leer las realidades del juego para resolver situaciones a través de las ayudas y desde esa restricción espacial comprende la importancia de saber dar el pase definitivo en el momento idóneo, su gran virtud implementada desde situaciones de juego menos protagonistas.

Sandro Puppo
Sandro Puppo

Un Barça de futuro y un saco de boxeo

En este ejercicio tiene el privilegio de jugar con uno de sus más admirados ídolos, el delantero leonés César Rodríguez, con quien compartirá vestuario en un breve período de tiempo. En esa época de dominio madridista, el FC Barcelona estaba gestando un equipo de inmenso talento, en el que destacaban figuras de la talla de Ramallets, Biosca, Segarra, Gonzalvo, Basora, Kubala, Manchón o el uruguayo Ramón Villaverde. En esa plantilla trataban de hacerse un sitio y ganarse un prestigio las jóvenes promesas Olivella o Eulogio Martínez quienes con Luis Suárez representaban la sabia nueva del sentir blaugrana.

Barcelona pronto se convierte en su casa. Como todo jugador soltero, Luisito dormía en la pensión Miranda, de la calle Casanova, dado que a pesar de que el Barcelona era un club grande, no era tanto como representa actualmente. Habitualmente comía en el restaurante Gulia y con sus primeros sueldos logra adquirir un Renault Dophine e invertir en un pequeño negocio para el futuro con su compañero, el portero Goicolea. Una mercería dedicada a piezas de punto que en el momento de su marcha a Milán, transfiere a su socio y compañero de equipo.

En su segunda temporada, el FC Barcelona es dirigido por el mítico ex portero Ferenc Platko, quien percibe a un Suárez con un físico escaso para las exigencias deportivas que el estimaba debía acometer. Como consecuencia de dicha percepción instala en el vestuario del equipo azulgrana un saco de boxeo para que Luisito se ejercite y desarrolle la fuerza. La personalidad del de Monte Alto apareció de inmediato, replicando con su deje gallego característico que él había ido a Barcelona a jugar al fútbol y no a practicar boxeo. El saco de boxeo desapareció del vestuario azulgrana de inmediato.

El protagonismo, Helenio Herrera y el final del Real Madrid de Di Stéfano

Pronto Luis Suárez empieza a asumir roles de protagonismo en un equipo en el que Evaristo, Kubala, Koksis o Villaverde tienen especial repercusión en el grupo. Ladislao Kubala representa la vieja escuela barcelonista, un jugador que marcaba la línea de actuación general, con una técnica individual y una capacidad para aglutinar responsabilidad, pasmosa.

El joven Luis aprende de todos aquellos que comparten con él un vestuario lleno de calidad y talento. El equipo se empieza a cohesionar y tras el paso en el siguiente ejercicio de Domingo Balmanya por el banquillo, llega a la ciudad condal el gran dinamizador del juego culé, Helenio Herrera. A partir del ejercicio 1957-58, el FC Barcelona inicia una época de triunfos, rompiendo con la hegemonía incontestable de un Real Madrid liderado por Alfredo Di Stéfano.

Entre 1957 y 1961, el FC Barcelona se haría con dos ligas consecutivas, dos Copas de Ferias y dos Copas del Generalísimo, además de jugar la famosa final de Copa de Europa en Berna en 1961, “la final de los postes”, en la que su equipo perdería por tres goles a dos contra el Benfica de Lisboa. Esa final supuso el fin de la hegemonía de un Real Madrid incontestable que fue eliminado en semifinales por su eterno rival en una eliminatoria histórica. Ese encuentro, la final de Berna, en la que Luis Suárez estaba ligeramente lesionado, supondría el último partido del jugador gallego para el equipo blaugrana.

En la etapa exitosa de Helenio Herrera, desde 1957 a 1960, el papel de Luisito en el equipo tomó un cariz más relevante desde el punto de vista ofensivo. Su posición se adelantó ligeramente y su protagonismo en la dinámica general del grupo se benefició de su nueva ubicación en el terreno de juego. Luis mantenía su línea de trabajo y compromiso colectivo pero abordó desde la creatividad y el talento, el ejercicio de una tendencia atacante que se veía positivamente influenciada por la gran cantidad de jugadores ofensivos que se movían a su alrededor, en especial Kubala, Kocsis y Evaristo, jugadores con los que se entendía a la perfección.

Sandor Kokcsis, Luis Suárez y Ladislao Kubala
Sandor Kokcsis, Luis Suárez y Ladislao Kubala

Luisistas y Kubalistas y el Balón de Oro español

Su evolución fue creciendo en importancia y la relevancia de su figura fue adquiriendo dimensiones cada vez más trascendentes. Tal era, que en determinado momento, la afición se empezó a manifestar en dos corrientes, la kubalista y la luisista, siendo el jugador coruñés un exponente de la nueva dinámica impuesta por “El Mago”, Helenio Herrera, quien tenía una especial debilidad por Luisito y un manifiesto distanciamiento con Ladislao Kubala.

El último ejercicio de HH en el FC Barcelona supuso la explosión definitiva de Luis Suárez a título individual, jugando a un nivel de incidencia colectivo magnífico. Ese ejercicio la revista francesa France Football le otorgaba el premio al mejor jugador de Europa, sustituyendo en el máximo reconocimiento continental al mito, Alfredo Di Stéfano. Se convertía en el primer jugador y hasta ahora único, nacido en suelo español galardonado con tal consideración.

Con veinticuatro años, el más joven en haber alcanzado tal reconocimiento individual, Luis Suárez había llegado a la cima como deportista. En el FC Barcelona era una referencia obligada y como lo denominó Alfredo Di Stefano, “el arquitecto” del juego del equipo catalán.

Las virtudes (y el defecto) de Luis Suárez Miramontes

A la virtud de la visión de juego y del dominio de la suerte de pasar, había que incorporar el olfato de gol y el sentido de la oportunidad cuando progresaba desde posiciones retrasadas para abordar la finalización de la jugada. Luis Suárez, además, había potenciado su destreza individual, convirtiendo su repertorio de regates en algo habitual en su juego pero manteniendo su característico recorte con el exterior de la pierna derecha para afrontar posteriormente el final del proceso de dribling con una salida explosiva y una acción posterior dominante que generalmente acababa en un pase en profundidad a un compañero situado en posición de finalizar con éxito o en su defecto, en un tiro ajustado no exento de potencia.

La mayor virtud de Luis en el FC Barcelona fue saberse asociar, acomodando su participación a cada momento del juego, siendo su capacidad para tomar decisiones un valor en alza que potenciaba el juego de conjunto. Su visión y su inteligencia eran acompañadas de una enorme capacidad de sacrificio y un ratio importante en la acción de robar balones, siendo él quien solía iniciar los procesos de contragolpe tras una acción de esfuerzo individual que terminaba con el premio deseado, el robo de la pelota.

Otra virtud poco destacada era su particular intuición para realizar la acción de presionar partiendo de posiciones de ayuda defensiva, generalmente una cobertura. Su especial sentido solidario lo acompañaba en toda acción derivada del proceso defensivo, provocando situaciones de superioridad que facilitaban el ejercicio colectivo de la presión. Su visión del juego defensivo ayudaba a crear situaciones de ventaja que posteriormente terminaban en la recuperación de la pelota y posterior desarrollo de acciones ofensivas.

Solo un lunar en su completo repertorio competitivo, la cabeza la tenía para pensar y anticipar las acciones a desarrollar porque no se le recuerda que dominase la suerte del remate de cabeza y como él bien dice en reiteradas ocasiones, no logra acordarse de haber marcado ningún gol de cabeza a lo largo de su carrera, incluso, no se acuerda, dice medio en broma, de haberle dado de cabeza alguna vez.

Fichaje récord por el Inter de Milán

Luis Suárez firmando por el Inter de Milán
Luis Suárez firmando por el Inter de Milán

Lo cierto es que, tras la final de Berna, con un resultado traumático para la parroquia blaugrana, Luis Suárez es traspasado al Internazionale de Milano por una cifra récord para la época, doscientos cincuenta millones de liras, que serán utilizados por el club catalán para incrementar el aforo del recién estrenado Camp Nou (1957).

La marcha de Luis Suárez tiene mucho que ver con los gustos y expectativas de Helenio Herrera, quien un año antes había abandonado el club de la ciudad condal, para recalar en el equipo lombardo, a quien trataba de convertir en un referente del calcio italiano.

Luis Suárez se convertiría en la piedra angular sobre la que giraría todo el entramado futbolístico de un equipo llamado a crear un estilo propio y a comandar la competición nacional y continental: el Inter de Milán.

La transferencia de los servicios de Luis Suárez desde Barcelona al Inter de Milán fue gestada desde el convencimiento de su principal valedor, Helenio Herrera, y orquestada bajo la tutela de Ángelo Moratti, el máximo responsable de la regencia del equipo italiano y con el asesoramiento del abogado y vicepresidente del club neriazzurri, Giuseppe “Peppino” Prisco, todos ellos los principales referentes de un club que buscaba encontrarse a sí mismo tras años de incertidumbre competitiva e institucional.

Moratti, como cabeza visible de un proyecto ambicioso, y Prisco, como su lugarteniente y persona de confianza, habían contratado en 1960 a Helenio Herrera con el convencimiento de que los llevaría a las posiciones de privilegio del Calcio italiano.

El Mago vivió su primera temporada en el cuadro interista con más quebrantos que logros, vivenciando un estilo de fútbol que le condicionó mucho su criterio competitivo. Acostumbrado al fútbol abierto y alegre practicado en Barcelona, tuvo que adaptar su percepción estratégica del juego ante el pragmatismo y la capacidad destructiva que los rivales tenían sobre el juego creativo planteado, diseñando un modelo de juego que tendería hacia una línea más conservadora en relación a su distribución espacial sobre el terreno de juego pero sin perder la espontaneidad propia de jugadores de enorme componente artístico, tal era el caso de Sandro Mazzola o Mario Corso, respetando además el perfil único de un defensa especial, Giacinto Facchetti.

Luis Suárez, una estrella europea

Helenio Herrera sabía de las capacidades diversas de Luis Suárez y propuso su fichaje sin ambages, definiendo su perfil a la gerencia del club, quien ya estaba al tanto del talento y la personalidad del jugador gallego. En la temporada 1961-1962, Luis Suárez aterriza en Milán con la vitola de ídolo futbolístico continental. Su estilo definido había dejado huella en el fútbol español y se había dimensionado tras sus brillantes participaciones en las competiciones continentales.

El papel de Luis Suárez en ese FC Barcelona referente había sido estelar. Su asociación con prestigiosos artistas del balón como Czibor, Kubala, Kocsis o el brasileño Evaristo, le había proporcionado el entorno ideal para mostrar su influencia en el juego de conjunto, convirtiendo su figura en la más apreciada del momento. Su último partido no hace justicia a la aportación de Luis Suárez a su equipo en todos los años que defendió la casaca blaugrana.

Ese equipo había hecho todo lo humanamente posible para llevarse el entorchado europeo y sustituir al incontestable Real Madrid, claro dominador del inicio de la competición continental. Bela Güttman, los postes y el infortunio, unidos al enorme talento de un equipo portugués, inteligente y rápido en aprovechar los errores del rival, privaron a la parroquia blaugrana de su primer dominio rotundo a nivel europeo.

Bela Guttman entre Eusebio y Mario Coluna
Bela Guttman entre Eusebio y Mario Coluna

Luis vive sus últimos momentos como barcelonista en la cumbre de su consideración deportiva, es una estrella en toda regla y contra la norma habitual, afronta la aventura de irse al club trasalpino como un reto de aprendizaje, dispuesto a abrir camino en un fútbol que tiende a crecer pero que aún no ha manifestado su potencial. Luis Suárez se convierte con veintiséis años en el primer jugador español en competir en la liga italiana, abriendo la senda de lo que vendría después para otros jugadores españoles de elevada valoración futbolística.

Luis Suárez  y el Catenaccio

A pesar de la confianza transmitida por los tres pilares referentes del Inter, Moratti, Prisco y Herrera, Luis Suárez no tiene clara la dimensión del equipo al que llega hasta que se inicia la competición. En pretemporada, juega diferentes partidos de preparación pero no llega a conocer a todos los jugadores profesionales del equipo, dado que algunos están ausentes por lesión u otros motivos. Pero inmediatamente se dará cuenta de que está rodeado de un colectivo de futbolistas con marcados rasgos definitorios.

El estilo de juego adoptado por HH le sorprende en un inicio, con un acento muy marcado en el juego defensivo, pronto Luis se dio cuenta de las particularidades del nuevo fútbol al que se iba a enfrentar, un juego más pendiente de limitar las acciones del rival que de potenciar y dinamizar las suyas propias.

Es Gianni Brera, prestigioso periodista de la época y un gran seguidor del equipo neriazurro, quien lo pone en antecedentes sobre las particularidades y estilo del juego al que debe dar solución, “el  Catenaccio”, término que acabaría convirtiéndose en un sello de identidad, no solo del juego del Inter, sino de todo un país.

Un Inter poderoso

Luis Suárez se acomoda en una posición que ya conocía de sus inicios en el FC Barcelona. Helenio Herrera le encarga gestionar la zona central del terreno de juego, definiendo la importancia de su participación ofensiva como lanzador de los efectivos que jugaban por delante de su posición, principalmente Sandro Mazzola y en la segunda temporada la llegada de un pilar determinante en el juego del equipo, Jair Da Costa.

A su lado, dominando el sector izquierdo, un joven Mario Corso, jugador zurdo caracterizado por su costumbre de jugar con las medias bajas, inicia su particular periplo en el club, mostrando su talento natural para el juego y su especial criterio para desordenar el orden establecido por el riguroso Helenio Herrera.

Más atrás, una guardia pretoriana destinada a defender el marco propio y a definir claramente el estilo adoptado por el entrenador y etiquetado por Gianni Brera, jugadores del empaque y la inteligencia del líbero Picchi, la implacabilidad y el estoicismo de Tagnin, el rigor estratégico y la entrega de Burgnich, la seriedad competitiva y el sentido del espacio de Guarneri y principalmente la capacidad para entender el juego desde la elegancia y el sentido de la oportunidad del lateral izquierdo Facchetti, el primer gran lateral que mostraría Italia con esa tendencia tan marcada al juego ofensivo que crearía escuela y sería continuada por el gran Antonio Cabrini, jugador de la Juventus de Turín y el inmenso Paolo Maldini.

En poco tiempo Helenio Herrera fue juntando un colectivo de jugadores que se convertirían en parte determinante de la memoria popular de la ciudad, recitando de carrerilla unos nombres que significaban éxito y gloria.

Giacinto Facchetti
Giacinto Facchetti

Suárez inició el proceso evolutivo con todos ellos, con la experiencia de saber comprender el juego en su conjunto y la capacidad de organizar las tareas de todos alrededor de la suya. Su papel en este equipo es estelar, siendo el principal referente tanto en el desarrollo de la faceta creativa del juego, como en el ejercicio de contención y ajuste al que se veía obligado debido al planteamiento estratégico tan marcado del equipo.

La dinámica general de la puesta en escena de este peculiar Inter de Milán era la de una tendencia defensiva muy marcada, la realidad nos mostró a un equipo con una capacidad para finalizar acciones de ataque con una enorme incidencia resolutiva. La posición retrasada del colectivo definía una intención, el talento y la cohesión de un grupo de jugadores especiales establecía la producción final, en la que el juego ofensivo se canalizaba a través de un conjunto de futbolistas que eran capaces de matizar el estilo y de implementar una propuesta que acababa siendo eficiente, eficaz y atractiva a la vista del espectador.

En todo ese entramado, Luis Suárez era el arquitecto, el director y metrónomo de todos los desarrollos colectivos, junto a él, Corso por la izquierda, por delante y escorado a la derecha Jair, y Mazzola, con libertad para moverse por los sectores frontales y evolucionar al gusto, generaban gran parte de los procesos ofensivos característicos del equipo. Más tarde se incorporaría como complemento final, Joaquín Peiró, quien con refinado estilo colchonero, se adaptaría a la perfección a la máquina interista de la época.

Un Inter exitoso

El equipo estaba siendo definido en estilo y forma pero sobre todo en relación a los protagonistas principales y con ellos el Inter de Milán viviría su gran momento histórico, ejerciendo un dominio manifiesto en la competición nacional y dejando en la memoria futbolística continental gotas de exquisitez que se convertirían en gloria eterna para una entidad que necesitaba crecer y sentirse dominante.

Durante las nueve temporadas que Luis Suárez defendió la camiseta neriazurri, el equipo consolidó un estilo, definió su propia marca y logró contrastar su propuesta con los máximos galardones futbolísticos. El Inter de Milán dominó el Calcio italiano, ganando el máximo trofeo nacional en los años 1963, 1965 y 1966, con un equipo que fue fortaleciendo su plan estratégico a medida que cohesionaba a sus miembros y definía las funciones principales de cada uno.

En Europa logra el máximo entorchado en las temporadas 1964, venciendo al Real Madrid por tres goles a uno, y en 1965, imponiéndose al Benfica portugués por un solitario gol de Jair. Luis Suárez tuvo la oportunidad de levantar la Copa de Europa ante su máximo rival histórico en España y contra el equipo que cuatro años antes le había arrebatado el premio de máximo exponente europeo.

A lo largo de esos nueve años, Luis Suárez mantuvo su estatus de máxima estrella continental, siendo elegido balón de plata en los años 1961 y 1964, además de balón de bronce en 1965.

Destaca la particularidad de este premio, que en 1964, ejercicio en el que Luis Suárez es el máximo referente de su equipo, como campeón de Europa y además el capitán de la selección española que levantó el trofeo de campeón continental frente a la URSS, el premio fuese a parar a manos del escocés del Manchester United, Dennis Law, quizás por la costumbre de no querer repetir galardón en la misma persona de forma reiterada.

Míticos son los duelos que mantiene el Inter de Milán con su máximo rival de la ciudad, el AC Milan, conocido como el derbi de la Madonnina, principalmente por la presencia de dos enfrentamientos de marcado carácter competitivo, el mantenido por los dos estrategas, Helenio Herrera y Nereo Rocco, y el contraste competitivo de sus dos máximos exponentes en el campo, Luis Suárez y Gianni Rivera, “il bambino di oro”.

Ambos equipos representaban la manifestación más palpable del catenaccio italiano y dos maneras de entender la competición, ambas exitosas y llenas de grandiosos futbolistas. Gianni Brera se ocupó de dar expresión a un enfrentamiento que marcó a toda una ciudad durante una década de éxito.

Luis Suárez, el cerebro del gran Inter de Milán

Luis Suárez es el regista, el cerebro y definidor de la pauta ofensiva de su equipo, amén del jugador que ajusta su posición para ejercer una solidaridad, básica en el entramado defensivo del equipo. Su privilegiada posición estratégica le obliga a leer en las dos vertientes, en la ofensiva, como lanzador y gestor del juego de ataque de su equipo y en la defensiva, como primer corrector de las posiciones de sus compañeros y principal baluarte en el ejercicio de las ayudas defensivas.

Es en esta faceta en la que vuelve a sorprender Luis Suárez, como aconteció en su momento en el FC Barcelona a las ordenes de Sandro Puppo, Luis es especialmente inteligente a la hora de ejecutar el inicio de la presión que permite reducir los espacios defensivos y buscar la pronta recuperación de la pelota en campo propio. A partir de ahí su protagonismo se multiplica al dominar el tempo y la dinámica del juego en la faceta en la que él destaca, el juego ofensivo.

Con una pauta muy definida, Luis Suárez derivaba el juego interista en dos vertientes: el juego corto, a través de su relación con Corso y todos los jugadores que lo arropaban por detrás de la línea de mediocampistas y el juego largo, con los lanzamientos en profundidad a Mazzola, Jair o Peiró, con quienes tenía una especial manera de interaccionar, desde el momento en que Luis dominaba el esférico hasta el momento en que se lo hacía llegar a posiciones de ventaja.

El juego colectivo del Inter de Milán orbitaba en estos dos ambientes, un juego colectivizado en zonas de iniciación y creación, tendente a dominar al gestión de la pelota para iniciar posteriormente el cambio de ritmo determinante y así sorprender al equipo rival y, por supuesto, los lanzamientos, principalmente en contraataque que definían la manifestación ofensiva principal de este equipo.

La creatividad ofensiva del Inter de Helenio Herrera

Es importante reseñar la incidencia de jugadores del marcado perfil de Sandro Mazzola, un futbolista de tal capacidad creativa que condicionaba totalmente el desarrollo del juego de ataque de su equipo. Jugador indefinido en su posición en el campo, se manifestaba con clara eficiencia en cualquiera de los sectores ofensivos del terreno de juego, con capacidad para crear, definir o finalizar la jugada. Ello influenciaba de manera notable de distribución espacial del resto de compañeros, dado que Mazzola invadía y ocupaba diferentes zonas del último tercio del campo, colectivizando el juego de ataque y provocando incertidumbre, desorden y muchas dudas en las defensas oponentes.

Su complemento ideal, Jair, jugador de banda derecha que se proyectaba en ataque desde la cal hacia el centro, alternando recorridos y favoreciendo la diversidad del juego de su equipo. Con ellos, Milani o posteriormente Peiró, definían las piezas fundamentales sobre las que se asentaba el juego de ataque del Inter, acompañados de un Corso imprevisible, capaz de funcionar como un ortodoxo extremo izquierdo o como un centrocampista centrado en las tareas de pase como en la evolución en carrera por diferentes sectores del terreno de juego.

Luis Suárez ponía orden y sentido al virtual desbarajuste que podría parecer la dinámica ofensiva general, que no era más que la optimización de las virtudes de los miembros del equipo, adaptadas al contexto colectivo global. Ello indica la enorme capacidad integradora de Helenio Herrera, un líder y un estratega capaz de combinar la diversidad individual para componer un conjunto cohesionado y estructurado en lazos muy sólidos.

Nuevamente en esta faceta es Luis Suárez quien cobra una especial relevancia, ya que su posición y sobre todo su inteligencia le permiten ser el nexo de unión entre las disparidad creativa que lo rodea.

Sandro Mazzola
Sandro Mazzola

El Inter hace de este estilo su carta de presentación y confirma su eficacia alcanzando dos Copas Intercontinentales en 1964 y 1965, con dos enfrentamientos épicos contra el equipo argentino del Independiente de Avellaneda. El Inter de Milán era en esos momentos el mejor equipo del mundo y mantendría su mística, llegando a una final realmente importante en el devenir futuro del fútbol europeo y que representó el principio del fin de un estilo que debería buscar nuevas evoluciones estratégicas en un futuro, la citada final fue la jugada contra el Celtic de Glasgow de 1967, del mítico entrenador escocés “Jock” Stein, contra quienes sucumbirían por dos goles a uno. En dicha final estuvo ausente Luis Suárez así como Jair da Costa y puso de manifiesto la línea de actuación sobre la que atacarían el estilo pragmático y conservador del Catenaccio entrenadores como Marinus Michels, defensor claro del Fútbol Total.

Luis Suárez con la selección española

Como guinda a la brillantísima trayectoria de Luis Suárez en la década de los sesenta en el Inter de Milán, se produce un evento en 1964 que marcará de manera definitoria a toda una generación de futbolistas españoles y por extensión a todo un país. España se clasifica para jugar la fase final del campeonato europeo de selecciones nacionales y logra el mayor logro internacional como combinado alcanzado hasta el momento.

Bajo las órdenes de José Villalonga, asistido por Miguel Muñoz, la selección española logra clasificarse para jugar la final de la Eurocopa 1964 a celebrar en el estadio Santiago Bernabéu, contra la todopoderosa URSS. En la fase de semifinales, España logra imponerse, no sin problemas, al potente equipo húngaro y certifica su pase a la gran final, evento que sería utilizado por el aparato propagandístico del régimen para convertir el fútbol y esa selección española en un adalid indiscutible del anticomunismo reinante, toda vez que enfrente tendrían a su más manifiesto exponente, la selección soviética del mítico Lev Yashin, la “araña negra”.

José Villalonga conformó un equipo joven y promovió un estilo de juego que obviaba la presencia de los grandes veteranos de antaño. Tal fue así, que el jugador de mayor edad era el propio Luis Suárez, quien a sus veintinueve años portaría la capitanía de la selección y sería el encargado de comandar un equipo plagado de entrega no exenta de calidad.

En aquel equipo figuraban futbolistas de la talla de Iríbar, todo un baluarte en la portería de la selección y del Athletic de Bilbao, defensas del porte de los atléticos Calleja o Rivilla, jugadores completos en su presencia y en su esencia como Zoco, Fusté u Olivella y delanteros con productividad diversa e incidencia manifiesta como Amancio Amaro, Chus Pereda, Marcelino o Lapetra, miembros los dos últimos de los cinco magníficos de una delantera maña que haría historia.

Al frente de todos ellos, la estrella del momento, Luis Suárez, quien levantaría la copa de campeones continentales, dejando patente un documento que sería explotado equivocadamente durante años, sin haber refrendado en ningún momento la importancia y la trascendencia deportiva del triunfo y sobre todo, la relevancia y la determinación de un colectivo de futbolistas que representaban lo más excelso del fútbol español.

Igualmente que en el FC Barcelona y en el Inter de Milán, en aquella selección el papel de Luis Suárez fue fundamental, su posición de ancla equilibradora de todo el torrente de juego de la selección española permitía definir los ritmos y las pausas de la propuesta futbolística de su equipo, permitiendo las progresiones lanzadas de jugadores de enorme presencia ofensiva como era Pereda por la izquierda y Amancio por la derecha, junto con el enorme talento de un Lapetra creativo e inteligente y la capacidad anotadora de un Marcelino trascendental. Luis aportó a esta selección la cadencia y la armonía adecuada y se benefició al verse rodeado de jugadores complementarios y con enorme capacidad para gestionar espacios y balón como eran Zoco y Fusté.

La combinación precisa de talentos, esfuerzo e intenciones derivó en el logro final ante un rival que en todo momento presentó una oposición encaminada a arrebatar el título de campeón continental al combinado español en su propio santuario, el Santiago Bernabéu de Madrid.

Olivella recibiendo la Europa de 1964
Olivella recibiendo la Europa de 1964

La madurez futbolística de Suárez se tradujo en influencia

Rondando la treintena vivió Luis Suárez el momento de máximo esplendor competitivo. Logró sus mayores triunfos colectivos y manifestó desde su posición privilegiada el porqué de su importancia en el contexto futbolístico continental. La técnica que lo identificaba como un jugador especial se unía al dominio de las implementaciones tácticas que le permitían incidir en los desarrollos colectivos e influir en los contenidos globales por la importancia de su capacidad para decidir en términos de eficacia.

Luis Suárez había llegado al culmen de su aportación como profesional al aunar en una sola persona la capacidad para influir en el juego y la inteligencia para derivar situaciones de partido a partir de decisiones que inducen a comprometer de forma brillante el comportamiento del colectivo que lidera desde su posición en el campo.

Jugar al lado de Suárez implicaba recibir el balón en condiciones óptimas, a entender la diferencia entre moverse para disponer de la pelota al pie o al espacio, comprender la acción en función del ritmo, si procede una pared o si la progresión se colectiviza con más efectivos participando. Su aporte facilitaba la tarea de todos aquellos que se movían a su alrededor y además servía de guía para orientar la posición estratégica de todos aquellos jugadores que perdían de vista el plan colectivo y desordenaban sin pretenderlo la estructura global del equipo. Un jugador fuera de su posición pertinente sabía que tenía en Luis a la brújula que le indicaría en qué lugar debería recolocarse para seguir siendo útil a los intereses del equipo.

En su momento de madurez profesional, Luis Suárez Miramontes se había convertido en ese jugador que por presencia e importancia elevaba el valor intrínseco del equipo y establecía niveles de confianza que redundaban en el bien común del grupo.

Esta faceta, la transmisión de confianza por su mera presencia es activo indiscutible de los grandes nombres de la historia del fútbol y Luis Suárez tuvo el privilegio de ejercer esa influencia en sus compañeros. Ese valor pasa a formar parte del modelo de juego y se convierte en patrimonio particular del equipo que disfruta de su presencia.

El Inter de Milán pensaba en sus desarrollos futbolísticos sabiendo de la trascendencia de su estrella, no solo en cómo podía desarrollar su fútbol y en cómo interactuaba con el resto de compañeros, sino que representaba el elemento determinante que concluía en la cohesión máxima del equipo.

El juego de Mazzola, Jair, Peiró, Corso, Milani y compañía sería diferente sin la presencia de Luis Suárez, sus movimientos, sus presencias y ausencias en momentos determinados del juego, venían condicionadas por la autoridad particular que trasladaba al colectivo las acciones, decisiones e indicaciones de Luis Suárez en relación con todos aquellos con quienes convivía en el terreno de juego.

Es obvio que todo sistema cambia al variar una de las piezas que lo componen y por el contrario, el sistema evoluciona a medida que una pieza fundamental ejerce su influencia en el desarrollo individual de todas las demás que la acompañan, pero en el caso de Luis Suárez, por su posición en el terreno de juego y por su capacidad de liderazgo, la importancia de su ejercicio trascendía más allá de la propia eficiencia en los desarrollos futbolísticos, para influir en las acciones individuales de todos aquellos que decidían ejercer a su alrededor.

Cuando se habla de que “jugando con los buenos se juega mejor”, con Luis Suárez hay que elevarlo a su correspondiente potencia porque su forma de jugar hacía mejores a todos aquellos con quienes se asociaba.

En el momento culminante en el que el aspecto físico, psicológico, técnico, táctico y estructural se dan la mano del equilibrio, la trascendencia del jugador pasa a un nivel superior, al momento en el que el futbolista deja de ser una necesidad para ser una referencia ineludible y eso llevó a Luis Suárez a ser el jugador indispensable en el  Inter de Milán que Helenio Herrera gestionó para convertir en el trienio 1963-1966 en uno de los tres mejores equipos del mundo.

Helenio Herrera y Luis Suárez
Helenio Herrera y Luis Suárez

Esa relevancia la llevó a su selección, con quien jugó un total de 32 partidos internacionales, participando en el mundial de Chile 1962 e Inglaterra 1966, ambos con resultados poco ajustados al valor de los futbolistas que componían el combinado y culminó su presencia en la nacional, con el logro más elevado de la historia reciente de la selección española en su momento, la mencionada Copa de Europa de 1964, en la que sirvió de guía y referencia a toda una nueva generación de futbolistas que había sido llamada a sustituir a los componentes de aquel Real Madrid incontestable de finales de la década de los 50, a las estrellas de aquel FC Barcelona alternativo que convivió con el equipo blanco en lo más elevado del panorama futbolístico europeo y a los diamantes que históricamente salían y brillaban de la extraordinaria cantera de Lezama.

Luis Suárez, una referencia en Italia y olvidado en España

Los jóvenes valores del fútbol español tenían en su capitán Luis Suárez a la llave que les abriría la puerta del triunfo. Todos ellos debían llevarlo hasta la puerta para que el líder pudiese abrir los entresijos de un fútbol que les permitiese soñar con ser los mejores. Cada uno aportó su máximo talento y capacidad competitiva y con Luis a su lado, multiplicaron su valor y sobre todo la productividad de sus actos en común para consolidar como equipo las decisiones e ilusiones puestas individualmente.

Esa relevancia es la que se recuerda constantemente en Italia, país en el que Luis Suárez es referencia obligada de su fútbol y es precisamente la que se ha olvidado en España, bien por falta de costumbre o por falta de información sobre la trascendencia personal como futbolista de un gallego que le invitaron a encontrar fuera lo que seguramente estaba destinado a ejercer en su propio país.

Luis Suárez, como jugador de fútbol que culminó su trayectoria en lo más alto a lo largo de la década de los años 60, fue uno de los futbolistas más importantes del panorama internacional, uno de los más influyentes en su equipo y un jugador que ha permitido a otros alcanzar su máximo esplendor personal gracias a las asociaciones de las que gozaron. Ese papel intangible es el que realmente le da valor en relación a otras estrellas del momento y es por ello por lo que es recordado en la ciudad en la que es patrimonio ciudadano, Milán, sobre todo de la parte que brilla en su más profundo neriazurro.

El final de Luis Suárez en el Inter de Milán

En el ejercicio 1967-1968 se produce un punto de inflexión en la dinámica interna del Inter de Milán, ya que esta supone la última temporada del Mago, de Helenio Herrera en la disciplina interista y además la marcha del presidente Ángelo Moratti de la regencia máxima del club. Después de ocho años de construcción y culminación del gran Inter, el controvertido técnico abandona la nave del equipo de Milán y se inicia una nueva andadura que llevará al club hacia otros destinos, no muy alejados del éxito. El gran valedor, la persona que trajo al Inter de Milán a Luis Suárez, se marcha del equipo y es sustituido por Alfredo Funi, quien como todo buen técnico que entra en un proceso de transición, dura una sola temporada para dejar paso en el ejercicio 1969-1970 al entrenador paraguayo Heriberto Herrera.

Este técnico detecta en su puesta en escena futbolística una incompatibilidad en la interacción entre Luis Suárez y Mario Corso, lo que le lleva a trasladar a la dirección del club su decisión de no alinear juntos a ambos jugadores dado que considera la unión como no adecuada para el rendimiento global del equipo. Esta situación estratégica planteada personalmente por el técnico al presidente del club hace que la entidad decida prescindir de uno de los dos para el ejercicio siguiente.

En el momento en el que el presidente Ivanoe Fraizzoli llama a Luis Suárez para comunicarle el informe del entrenador en el que considera incompatibles a dos jugadores que durante siete años ha competido juntos sin la menor manifestación de improductividad, Luis Suárez, de 35 años recibe la noticia con cierta incredulidad pero plantea al club una decisión que lo retrata como futbolista y como compañero. El jugador gallego conversa con el presidente y le plantea que en caso de tener que prescindir de alguien, que sea de él mismo ya que Corso, seis años más joven, aún está en disposición de poder ofrecer lo mejor de su fútbol, mientras que él está ya en la fase final de su carrera.

Ante el insistente interés del Inter de Milán por el jugador de la Sampdoria de Génova, Frustralupi, el club de Liguria plantea al Inter la inclusión de Luis Suárez en la transacción y tras hablarlo con el jugador, Luis Suárez acepta salir del Inter con dirección al equipo genovés. Allí cerraría su carrera con tres años más de fútbol y éxito personal.

Luis Suárez, tras nueve temporadas completas en el club lombardo, se marcha con los máximos honores, siendo reconocido como uno de los futbolistas más trascendentes de la historia de la entidad hasta ese momento y con un comportamiento personal que ha marcado la idea que el club tiene de un líder en toda regla.

Se marcha en un momento en el que aún tiene fútbol en sus piernas pero con unas expectativas competitivas que buscan motivaciones más introspectivas. Génova y la Sampdoria son el lugar ideal para disfrutar del fútbol en un ambiente más familiar, sin tanta presión mediática y en una ciudad nueva en la que sentirse tranquilo y querido.

Última parada: Sampdoria

El anuncio de la marcha de Suárez del Inter tuvo una magnitud importante en el calcio italiano y varios equipos se interesaron, a pesar de su edad, en incorporarlo inmediatamente a sus filas, entre ellos el vigente campeón de esa temporada, el sorprendente Cagliari de Gigi Riva. El jugador de Monte Alto, comprometido personalmente con la Sampdoria desestimó todas las propuestas y decidió encaminar su último período como jugador profesional en la cuidad del noroeste de Italia.

En Marassi, en el estadio Luigi Ferrari y bajo las órdenes de Fulvio Bernardini, tomaría Luis su último tren como jugador de fútbol, en un equipo familiar, con costumbres particulares y no tan exigentes como las que tenía que cumplir en su anterior club y con un colectivo de jugadores jóvenes y con ambición por competir, entre ellos un tímido veinteañero llamado Marcello Lippi.

Los caprichos del fútbol llevarían a encontrarse nuevamente en Génova al entrenador Heriberto Herrera, causante indirecto de la marcha de Luis Suárez del Inter de Milán y el propio jugador gallego. El técnico paraguayo entrenaría a la Sampdoria con un Luis Suárez dispuesto a ejercer su cátedra con rigor y sabiduría a pesar de que su cuerpo tendía a pedir otro tipo de sensaciones menos exigentes.

Luis Suárez en la Sampdoria
Luis Suárez en la Sampdoria

La temporada de 1973, tras veinte años de carrera profesional, supone el punto y final de la trayectoria de Luis Suárez como futbolista. Su camino plagado de éxitos, primero con el logro deseado de jugar en el equipo de su cuidad, La Coruña, después de afianzarse y ganar títulos y reconocimiento en un FC Barcelona que pugnaba por la supremacía futbolística con el incontestable Real Madrid de la época y finalmente en Italia, en donde encontró su lugar en el olimpo, en un Inter de Milán histórico y referente en el que triunfó como persona, deportista, futbolista y líder para finalmente  recalar en un retiro tranquilo en un equipo que respetó en todo momento su status profesional y su particularidad personal, la Sampdoria de Génova.

En todos ellos dejó Luis Suárez su sello identificativo, ese acento gallego innegociable surgido del barrio de Monte Alto, ese lugar al que retornar para ver rugir el Atlántico cada vez que la morriña hace mella, esa personalidad tranquila en el trato pero arrolladora en la consecución de las metas y ese saber estar en los momentos estelares, que lo convirtieron en cita obligada cada vez que alguien se sumerge en la historia de estos clubs.

El Luis Suárez entrenador

Tras su carrera futbolística, inició Luis Suárez una experiencia dispar por los banquillos que culminó en el puesto de seleccionador nacional, cargo que ocupó principalmente en las fases de clasificación al mundial de Italia 90 y en la fase final del mismo.

Durante años dirigió la selección nacional sub 21, en la que cosechó sus mayores éxitos y supo poner a disposición de los jóvenes jugadores toda su experiencia y sabiduría en el mundo del fútbol. Ahí plasmó otra de sus virtudes, la capacidad de captar y valorar el talento ajeno, algo que a él le supuso el cambio radical de jugar en el Perseverancia de los aledaños de su barrio a disfrutar de una carrera única en el mundo del fútbol.

Luis Suárez desempeñó esta función durante muchos años en el Inter de Milán y demostró tener ojo y sensibilidad para la identificación de nuevas estrellas para el firmamento futbolístico.

Un legado a valorar

Repetidas veces comenta el contraste entre su impacto en Italia, país en el que reside y es considerado toda una leyenda viva del fútbol y España, país que no le ha otorgado todo el reconocimiento que su trayectoria, sus logros y sobre todo su fútbol merecen. Cierto es que Luis Suárez representa en Italia la imagen ganadora de una generación especial en un equipo especial y esto le permite ser considerado de la manera en que los astros lo son tras su paso firme por un deporte tal cual es el fútbol.

En España no se ha prodigado mucho la intención de dar valor a sus estrellas y en especial a aquellas que en la dictadura supusieron un valor usado sin cuidado para intereses que no pertenecen a la órbita del deporte, pero es cierto que la figura de Luis Suárez, en el Deportivo de la Coruña, en la selección española y en especial en el FC Barcelona, es la de un futbolista de luz eterna y prestigio inacabable.

No se puede hacer una revisión del fútbol español sin pararse a valorar su figura y no se puede pasar por la Avenida de Hércules sin pararse a pensar que allí, de pequeño dio sus primeras patadas a un balón un astro del fútbol mundial.

Luis Suárez, vecino del barrio de Monte Alto, coruñés y gallego, ciudadano del mundo e hijo predilecto del mejor Inter de Milán que se recuerda es uno de los grandes iconos del fútbol mundial y como tal es reconocido y respetado. Como gallego de barrio, hijo nacido en la diáspora que tantos gallegos vivieron y disfrutaron a la par que padecieron y como entrenador de fútbol y amante de este deporte, no tengo por menos que hacer una inclinación ante tal insigne figura del fútbol y sobre todo ante tal caballero.

Para ahondar más en la figura de Luis Suárez y los jugadores con los que compartió época y éxitos, recomiendo los siguientes momentos estelares de su carrera:

FINAL COPA EUROPA 1960-61,  BENFICA VS FC BARCELONA. Berna.

FINAL COPA EUROPA 1963-64, INTER MILÁN VS REAL MADRID. Viena.

FINAL COPA EUROPA 1964-65, INTER MILÁN VS BENFICA. Milán.

FINAL EURO 1964, ESPAÑA VS URSS. Madrid.

 

 

Autor

Álex Couto Lago
Soy Álex Couto Lago. Entrenador Nacional de Fútbol, convalidable con Uefa Pro. Máster Profesional en Fútbol por la Universidad del Mar de Murcia. Licenciado en CC Económicas y Empresariales por la Universidad de Santiago de Compostela.
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