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La genética del equipo

La genética del equipo

La genética del equipo hace que Uruguay pueda jugar con la garra de Uruguay, que España pueda no variar su juego por haber cambiado de entrenador o por qué Argentina hubiese sido diferente si en lugar de Jorge Sampaoli la hubiese entrenado Marcelo Bielsa. En Instituto Fútbol hoy vamos a hablar sobre cómo se forma y cómo se cambia esa genética.

“Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales.

Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores”

Eduardo Galeano

“Hoy jugamos para nuestro padre, para nuestra madre, para nuestros amigos, nuestros vecinos. Así, al tener que darlo todo no nos supondrá tanto esfuerzo”. De esta manera arengaba el capitán Diego Godín a sus compañeros de la selección uruguaya antes de salir a competir frente a Portugal en los octavos de final del mundial de Rusia 2018. Así empezaba a definir algo que llevaba construyéndose desde el día en que empezaron a pensar en clasificarse para el Mundial. Así se consolidaba la idea de lo que significa pertenecer a un seleccionado educado en principios generalmente aceptados.

Godín hacía gala de unos fundamentos de partida que implicaban a todos y establecía las referencias básicas a las que cada jugador, de manera individual, se agarraría para satisfacer las necesidades competitivas del seleccionado celeste. Así, poniendo en común el esfuerzo, focalizando la gloria en los más cercanos para doblegar el dolor de verse obligados a salir de la zona de confort para alcanzar la victoria, se iba estableciendo el principio del sostén de la particularidad uruguaya en la competición, la genética del equipo.



Formar un equipo

Formar un equipo, cohesionar un grupo hacia objetivos comunes no solo es definir puntos de partida, principios fundamentales y desarrollos complejos hasta alcanzar la meta propuesta. Formar un equipo es establecer lugares comunes a los que todos los partícipes se acercan desde la particularidad que regala la individualidad. Cada uno se involucra con los objetivos propuestos a su manera y nadie de la misma forma. Cada individuo se incorporará al equipo asumiendo que los patrones comunes, aquellos que harán sólida la convivencia a partir de la cual se desarrollarán los contenidos futbolísticos de base, serán afrontados desde la exclusividad de quien forma parte del grupo, con todo lo que lleva dentro, desde sus miedos inconfesables hasta sus sueños más extraordinarios.

Cuando iniciamos el proceso de crear un equipo, establecemos las bases fundamentales de convivencia para generar lugares comunes que nos permitan acercarnos a la cohesión del grupo desde territorios conocidos. Cuando el entrenador y su staff técnico reciben al equipo y detallan las primeras normas de convivencia, están definiendo la primera etapa del camino, generando costumbres que permitirán ir avanzando hacia territorios más extensos conceptualmente que obligará al jugador a aportar no solo su capacidad futbolística o su capacidad competitiva, sino su adaptabilidad al medio en el que va a desarrollar el trabajo, su educación de base, las costumbres domésticas a partir  de las cuales afronta el día a día y todo lo que conlleva su personalidad, su carácter y sus particularidades como ser humano. Y todo ello ha de convivir con las que traen todos y cada uno de los partícipes en el proyecto común, desde sus compañeros hasta los utileros, médico, fisioterapeutas, directivos o cocineros.

Tabárez con muletas
El profesor Tabarez dando explicaciones a uno de sus ayudantes

El equipo cuando inicia su proceso de coexistencia necesita establecer patrones comunes de comportamiento para que cada jugador los asuma dentro de sus costumbres exclusivas como ser humano y pueda aportar su manera de asumirlas y afrontarlas, generando rutinas que le facilitarán adaptar su persona al grupo y adaptarse a las exigencias generales de partida.

Así, un entrenador particular definirá cómo quiere que la gente se comporte en los actos comunes. Establecerá unos horarios de obligado cumplimiento, unas pautas generales de comportamiento que conllevarán cierto grado de compromiso de todos y cada uno de los partícipes, unas normas de conducta generales, unos modales que denoten respeto a cada una de las personas del grupo y unos patrones de rigor que faciliten la convivencia en común y vayan permitiendo que las individualidades generalicen actitudes que poco a poco vayan definiendo las características básicas del grupo hasta convertirlas en normas por el uso aceptado por todos.

Así, cada uno de los jugadores, sabedores de lo que puede o no puede hacer dentro de la dinámica del grupo, irá definiendo su adaptabilidad al mismo al equilibrar sus comportamientos habituales a la realidad de la convivencia general. De esta forma se entra en un proceso de búsqueda de equilibrio que facilitará al jugador su integración y sus comportamientos y costumbres habituales se irán condicionando a la realidad grupal generalmente aceptada.

De esta manera, los ciclos circadianos tradicionales de cada jugador, su manera de afrontar sus costumbres en el día a día se irán acomodando a una realidad grupal que afectará a su comportamiento interno para facilitar que este no solo no altere la realidad general del grupo sino que pueda aportar, desde su exclusividad de individuo, matices que ayudarán al equipo a ir definiendo sus características primigenias.



Jugar al fútbol es el camino y necesita una preparación

Jugar al fútbol es el motivo por el cual el grupo de jugadores, técnicos y personal auxiliar empezará a convivir. Jugar al fútbol es el final del camino de cada día. Pero antes de llegar a jugar para competir, se hace necesario establecer cómo vamos a juntarnos, cómo vamos a respetarnos y de qué manera vamos a tratar la mejor forma de revitalizarnos en común para iniciar el proceso de competición como un ente que nos engloba a todos como individuos pero que debe tener su propia identidad como sistema con capacidad para adaptarse a las circunstancias que la propia competición depare.

Prepararse para una competición, corta o larga, implica poner sobre el tapete todas las potencialidades de cada uno de nosotros como seres humanos, asimismo, consciente o inconscientemente, pondremos todas nuestras debilidades, miedos, expectativas reales, expectativas irreales y todos nuestros sueños en confrontación con los de nuestros compañeros, para definir un sueño común que debemos convertir en realidad a través de una interrelación basada en valorar aspectos generales de una manera similar dentro de un contexto que nos obligará a ser competentes en nuestra labor profesional, en contraste con la competencia de nuestros compañeros, con los que definiremos las líneas a través de las cuales saldremos a batallar contra un adversario.

De repente nos encontramos en un entramado de interrelaciones que se complican para definir un grupo humano que ha de convertirse en un equipo, es decir, en una entidad propia, con personalidad definida y que pueda adaptarse al entorno competitivo en el que ha de salir a confrontar fortalezas y debilidades contra un adversario que se ha preparado igualmente para incrementar sus probabilidades de victoria.

La genética del equipo significa encontrar valores que nos unan
La genética del equipo significa encontrar valores que nos unan

La genética del equipo significa encontrar valores que nos unan, negociar actitudes y aptitudes humanas que nos ayuden a ser una entidad sólida capaz de afrontar el reto competitivo, sabedores que hay una responsabilidad de parte de un grupo que pertenece al equipo que nos tratará de sacar de nuestra zona de confort para generar el mayor rendimiento posible a nivel colectivo, tratando igualmente de fortalecer nuestro rendimiento individual pero condicionado a principios que a veces chocan con nuestros propios intereses y expectativas.

Ese grupo no es otro que nuestro entrenador y su staff técnico. Ellos definen patrones generales de convivencia para que a partir de ellos, aprendamos a asumir la obediencia desde la confianza que nos transmite el saber que estamos en manos competentes y bajo ese principio podamos desarrollar complejos procesos y protocolos que nos ayuden a ese principio holístico tan repetido que no es otro que “el todo es superior a la suma de las partes”.

Cohesionarnos nos obligará a ceder pretensiones, adaptar conductas, cambiar puntos de vista, variar criterios e ideologías, entender o intentar entender realidades nuevas, asumir papeles protagonistas por momentos y secundarios en otros igualmente importantes para el grupo. Para que ello se haga en un punto de equilibrio basado en mínimos, es necesario saber establecer puntos de partida que solidifiquen nuestra relación básica, nuestro día a día.



Trabajando la genética del equipo con patrones de comportamiento

Es por ello que los equipos en momentos de consolidación, establezcan patrones de comportamiento que favorezcan un ambiente que solidifique poco a poco los cimientos sobre los que se sostienen los fundamentos de un colectivo con un objetivo común, trabajar para tratar de ganar.

Horarios de comidas, horarios de entrenamiento, normas de vestimenta, tipos de costumbres con la tecnología, arreglos con relación a la manera de convivir con nuestras familias mientras estamos bajo la disciplina del equipo, las relaciones con los medios de comunicación, las relaciones con nuestras agencias de representación, incluso con nuestros equipos de origen si formamos parte de un seleccionado, son aspectos que deben quedar bien claros para que a partir del momento en que empezamos a trabajar, seamos capaces de focalizar nuestra atención en el trabajo y en el momento en que las decisiones empiecen a fluir y nos empiecen a afectar, de una manera o de otra, sepamos cómo comportarnos y cómo afrontarlas sin que ello suponga un menoscabo para la convivencia cotidiana del equipo y no genere ningún desequilibrio que impida el crecimiento del mismo hacia los niveles deseados de antemano.

Teniendo en cuenta todo lo dicho, la genética de un equipo tiene que ver con las costumbres individuales de cada uno y de cómo estas se adaptan a las exigencias generales del grupo. Cada reloj biológico propio se adapta a un ritmo general en el que cada uno es una pieza que a su vez está conformada por diferentes piezas que configuran el sistema abierto y dinámico, el sistema complejo “ser humano”.

Cada uno de nosotros tiene costumbres derivadas de las particularidades de su propio cuerpo. No todos los órganos funcionan igual en cada momento del día. No todos vamos al baño por la mañana, no todos tenemos los mismos gustos culinarios, a algunos les gustará ducharse antes de acostarse a otros al levantarse, unos dormirán la siesta otros no, hay mil particularidades en las que nos diferenciamos incluso nosotros mismos a lo largo de las diferentes partes que conforman nuestra jornada. Todo esto requiere de un proceso de adaptación que permita ofrecer niveles de asertividad que favorezcan la convivencia para encaminar a cada persona hacia el lugar que ocupa en el equipo en cada momento y circunstancia y a partir de ahí iniciar el proceso complejo del entrenamiento hacia objetivos estratégicos planificados.

La buena convivencia es clave
La buena convivencia es clave

Los cambios alteran la genética del equipo

Como vemos, el punto de partida es mucho más enrevesado de lo que generalmente pensamos. ¿Qué ocurriría si en pleno proceso adaptativo, tras semanas de trabajo en común, con las reglas asumidas y desarrolladas según la costumbre establecida, cambiásemos a nuestro entrenador, como le pasó a España? La salida de Julen Lopetegui y la entrada de Fernando Hierro, (en principio la persona idónea para ocupar la vacante del seleccionador) no solo supuso un cambio de nombre en el máximo responsable del equipo, sino el cambio de percepción de todas y cada una de las reglas previamente establecidas y aceptadas y la asunción de todas y cada una de las personas convocadas en la selección y que eran del gusto y del criterio de Julen Lopetegui, a las cuales Hierro debe asumir de manera obligatoria y sin ambages. Solo este cambio supone una alteración en la genética del equipo. Una alteración que afectará a las expectativas, miedos, fortalezas y deseos de cada uno de los miembros de la selección. Una adaptabilidad en tiempo récord a una realidad impuesta por las circunstancias y que afectará no solo a la manera de interpretar el juego del seleccionado español, sino a la forma de interpretar cada momento puntual de la convivencia cotidiana, básicamente porque Fernando Hierro no es Lopetegui.

Asentar modelos comunes de comportamiento reduce el tiempo de adaptabilidad a la convivencia, facilita el camino hacia la puesta en común de objetivos y fortalece los cimientos a partir de los cuales se va a empezar a construir la base estratégica del equipo, la que dará forma al estilo de juego, a los contenidos ofensivos y defensivos y que permitirá a los jugadores adaptar sus talentos y sus potencialidades físicas, psicológicas, emocionales y competitivas hacia las exigencias propuestas por el entrenador y su staff.

Como vemos, la genética del equipo, al igual que un cuerpo humano, está sujeta a mil variabilidades que vienen definidas por la segregación de distintos neurotransmisores, que en función de los niveles de cada uno de ellos, provocarán respuestas diferentes en cada miembro del equipo. Todo esto, toda esta variabilidad ha de ir canalizada hacia la competitividad general que definirá nuestra conducta en el terreno de juego como equipo.



La importancia de las costumbres

Cuanto más sólido sea el terreno de las costumbres más sólidas serán las relaciones e interacciones que se establezcan entre los miembros del grupo y ello llevará a la gestión de las conductas competitivas que facilitarán la cohesión grupal dentro de los contextos competitivos definidos, aquellos que vienen dados, aquellos que nos impone el rival y las circunstancias en las que debemos negociar cada situación particular, tanto como individuo, como sobre todo como equipo.

Un ejemplo aclaratorio de todo este galimatías de interrelaciones e intrarelaciones personales y grupales lo ofrece Uruguay.

Desde el Complejo Celeste, lugar en el que convive la selección Charrúa, desde hace muchos años se han venido definiendo conductas sostenidas bajo la realidad sociocultural de un país tan particular como la República Oriental del Uruguay.

El maestro Tabárez, educador de profesión, ha entendido que las bases coyunturales sobre las que edificar la convivencia del colectivo uruguayo parten del respeto a las tradiciones familiares de común vividas por todos y cada uno de los partícipes. Así, la conducta educada hacia el compañero, los momentos de socialización en común, la identificación de los valores tradicionales patrios los ha llevado a comprender que la relación en la selección nace en cada casa, en cada cocina de cada uno de los seleccionados porque todos han vivido costumbres comunes que vienen de una escuela pública muy definida en su concepción educativa.

Así, a partir de esta puesta en común de realidades que afectan a todos, se gesta lo que importa, las personas compiten bajo una misma piel, la camiseta celeste, con patrones de comportamiento que los lleva a vivir el partido por sí mismo y por los suyos, por los hermanos, por los caídos, por los que no saben, por los que no pueden. El jugador uruguayo sabe, por costumbre, que la celeste se suda y se sangra con gusto, con devoción porque si no, se engaña. Pero no se engaña al seleccionador ni al compañero, se engaña a la madre, a la novia, al amigo. Así, los niveles de conflicto tienen un baremo que por momentos se resuelven solos o requieren de intervenciones muy mediatizadas porque todos parten de una asunción de realidades comunes paridas desde la costumbre.

Uruguay siempre lo da todo
Uruguay siempre lo da todo

En España pasó algo parecido al ir incorporando a la selección absoluta a jugadores que previamente habían ido pasando por las inferiores desde muy jóvenes, conviviendo con seleccionadores regionales y posteriormente nacionales que partían de patrones comunes de comportamiento, a pesar de la enorme diversidad de la sociedad española. Así, quien llegaba a la selección conocía la costumbre y nada de lo que se iba a encontrar, o pocas cosas, le serían desconocidas o lo pillarían por sorpresa. De ahí que el momento de iniciar el trabajo que importa, jugar al fútbol para competir, se hiciese de una manera más natural y sencilla.

Por tanto, valorar y juzgar un equipo de fútbol o de cualquier otro deporte, no solo implica hacer un análisis específico de la disciplina competitiva sobre la que se actúa, sino los puntos de partida sobre los que se inicia el proceso y su evolución en el tiempo, validando y valorando las dispersiones con respecto al objetivo y los motivos que las provocan.



La variabilidad establece la complejidad del fútbol

Como vemos, cohesionar un equipo significa vivir en un entorno incierto en el que el individuo tiene la capacidad de distorsionar o equilibrar el proceso de cohesión en función de muchas variables que quedan en el aire, en base al neurotransmisor que se active en cada momento y del grado de toxicidad que pueda existir en el entorno en el que se ha de convivir.

Dentro de este aspecto y teniendo en cuenta lo dicho, imaginen la realidad de la selección argentina, el impacto de un seleccionador del perfil de Jorge Sampaoli, con la incidencia del mejor jugador disponible y con el impacto de un entorno hostil si no se convive de manera natural con la victoria.

Cambien el nombre de Sampaoli y pongan cualquier otro, Marcelo Bielsa, Menotti, Bilardo, Zubeldía e imaginen la variabilidad de la costumbre en función de la personalidad de cada referencia en el staff técnico. Seguramente les ayude a comprender la variabilidad a la que quedará sujeta el grupo solo con el cambio de un miembro del equipo.

Incorporen el estilo de juego con sus contenidos y sus criterios particulares y se encontrarán con una gama de posibilidades complejas que todavía complican más la realidad del proceso.

Incluyan adversarios, resultados y validación de esos resultados por periodistas y directivos y el impacto de la información en la masa social.

Retomen el feedback recibido y somatícenlo en función de cada jugador y cada expectativa particular y vuelquen las consecuencias en el grupo y cómo afectarán estas a las costumbres generalmente aceptadas, cómo afectarán a la genética del equipo.

Haciendo esta abstracción complicada y compleja a la vez podremos empezar a entender en mínimos la realidad en la que vive un entrenador con su staff, la variabilidad a la que se somete a un futbolista joven y con un status social definido dentro de un ámbito de exclusividad.

Esto es el fútbol profesional. Así empieza. Y como todos somos hijos de una madre y un padre distinto con vivencias diferentes y contextos totalmente diversos, en cada equipo, cada realidad será diferente y esta diferencia se multiplicará por la particularidad exclusiva de cada relación, de cada interacción hasta completar el rango general de equipo.

¿De verdad estamos en condiciones de ponernos en lugar del entrenador, del jugador, en un contexto tan volátil y tan difícil como es la convivencia dentro de un equipo particular en realidades particulares? Que cada uno reflexione su respuesta y cuando toque, sea consecuente con la misma.

“Los factores de rendimiento pasan por cosas más importantes que los esquemas. Pasan, sobre todo, por la capacidad individual de los deportistas y por la afinidad que hay entre ellos”

Óscar Washington Tabárez, seleccionador uruguayo

Autor

Álex Couto Lago
Soy Álex Couto Lago. Entrenador Nacional de Fútbol, convalidable con Uefa Pro. Máster Profesional en Fútbol por la Universidad del Mar de Murcia. Licenciado en CC Económicas y Empresariales por la Universidad de Santiago de Compostela.
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